No hay vino en la copa, sólo una lágrima que alguien derramó sobre el cristal vacío. Decidme de otras copas que se alcen altivas y seguras del triunfo, que abran de verdad sonrisas. Buscad en esos lugares el motivo de que el cansancio se marchite en aras de otra flor en aras de la vida. Llamad al duende bueno de los bosques el que termina felices los cuentos porque son necesarias aún las princesas. Traed en brazos de nuevo a mi amor si encontráis sus pasos, lo he perdido en el camino. Venga a llenar de vino nuestras copas; para él un lugar preeminente, como un rey, y a sus pies el fulgor de las pupilas.