De nuevo, la vetusta ciudad imperial alzada sobre el horizonte indefinido que abraza la llanura.
Alcázar, iglesias, mezquitas, sinagogas…, laberinto de calles intrincadas y recogidas plazuelas al alcance de la mano desde esta balconada repleta de gentes desiguales que deambulan a selfi por minuto.
Alcor sobresaliente, donde una vez más renuevo la mirada sobre el azaroso teatro del mundo.
Así la noche va atrapando ahora a esta ciudad menuda y formidable, mientras los edificios se cubren de luces coloridas y de los cigarrales emerge aún la melodía hiriente del verano que penetra en mi coraje como un puñal de luna.