La casa está vacía, despoblada y oscura, apenas un silencio congelado habita sus paredes, y una sombra se mueve sin rumbo y sin destino, por salas y pasillos, desde el rudo momento en que la dicha se fue camino del vacío y el silencio; y esa sombra soy yo, queriendo oír su voz, vagando sin consuelo en un desierto sin vida ni alegría. Tan sólo desaliento y soledad.
Hay momentos, muy gratos al oído, en que escucho el murmullo de unos pasos, alados, como de ángel, y creo que son suyos, y que la vuelvo a ver, dichosa, por la casa; pero sólo es un sueño de verano, la música soñada del tiempo que ya fue, la dicha recordada de lo sido.
Y vuelven las paredes al silencio, la casa despoblada, en sombra… y el vacío. La música de réquiem en mi oído. Las horas del naufragio, en soledad.