Mis zapatos, que fueron rojos en la inmensidad del prado que pisaban, han palidecido como si hubiesen caminado por inacabables avenidas, hincado sus tacones en hondas quemaduras, en alfombras plisadas de palabras que al decirlas bajan hasta el tobillo, abrazan esa ronca prisión de los talones, el balbuciente Aquiles hospedando moradas galerías, escudando las vallas de tus poros, quitándote las medias vulnerables. Ojalá que la lana, el texto que va hilando escalofríos, inmunes y descalzos nos oville, porque el olímpico corazón encerrado busca la anchura de la tierra y la meta ignorada para volver a empezar.