Si alguna vez apesto a cobardía tras años sin arder en puertos francos, será porque he perdido las palabras hundidas hasta el fondo de este cráneo.
Tendré que reventarlo entre las órbitas con la violencia de Cristo en el templo, escalparlo, desarbolar la cruz de los días -trazada en las lindes de la memoria- y erigirme otra cruz de luz.
Pero esa luz en qué ciudad vendrá a morir, en qué poema escarbará mi escombro.