Las ciudades tentaculares, de Émile Verhaeren

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Descripción


La máscara



La formidable corona de los reyes
Descansando todo su peso
Sobre esta máscara de cera
Parece aplastar y mutilar
El imperio.

El pálido esmalte de los ojos gastados
Se había rajado en agonías
Minúsculas pero infinitas
Bajo las cejas descompuestas.

La frente fue una vez el rayo.
Antes de que los pálidos años
Hubieran remachado el destino
En este bloque muerto de carne sombría.

Las crines arden todavía,
Mas la colosal mandíbula,
Medio abierta, deja a la gloria
Caer muerta entre los dientes.
Tras no se sabe cuánto tiempo,
La corona, violentamente cruel,
Con su empuje inconstante
Doblega al caudillo cada vez más fatigado.

Las astucias, las perfidias,
Escudriñando, en sus tesoros tallados,
Y los asesinatos, la sangre, los incendios
Parecen relucir en sus oros coagulados.
Derribó y aplastó
Lo que una vez fue gloria:
Esa frente colosal que la cargaba
Y la arrojaba a la victoria,
De modo que se cumplía en silencio,
La obra de una fuerza que se destruye,
Obstinadamente, a sí misma,
Y termina por concretarse
De cara al porvenir
En un emblema.

Corona y testa están dispuestas,
Autoritaria testa, corona ardiente,
En una morada de vidrio,
Al fondo de la sala de un museo.