Las ciudades me hablan en cada baldosa que piso. Son mudas y silentes también cuando me acompañan por los adoquines de sus calles.
Las ciudades me escuchan cuando las recorro y las miro, cuando sus edificios saludan desde sus balcones generosos, luciendo una sonrisa por fachadas sin lustre.
Las ciudades me protegen porque conocen mis pasos nocturnos y la soledad de cada mañana. Saben de mis amores y desdichas y saben lo que pienso en cada rincón de sus entrañas.
Son las ciudades amigas de mis momentos y etapas, de mi devenir por el mundo. Y las recordaré siempre porque es justo agradecimiento para quienes nos acoge.