No recuerdo ya la calle. Siempre con su presencia de esquiva belleza. Un espacio rutilante de deseos que esconden tu encuentro callado. Gozoso. Un silencio que mece las luces y las sombras. Los árboles brotan tu ausencia. Infinita. Los balcones se visten de sus ramas y las ramas de los reflejos de aquel duelo. El instante enterrado en un tiempo impreciso que no volverá. Y sueñan las aceras con las voces del beso. Nuestro único beso. En el hueco aparente del recuerdo existe una calle con balcones abiertos.