Los libreros de Bagdad dejan, al cerrar sus tiendas, los libros en la calle porque piensan que los lectores no roban y los ladrones no leen. Los libreros de Bagdad son sabios; sus enseñanzas nos descubren la epifanía de los libros en las calles, hojas bulliciosas de palabras para llenar el fardo de la vida. Los libreros de Bagdad entonan cantos ferozmente felices aunque saben que hay palabras que ahorcan y otras que liberan si su tinta corre en ríos como el Tigris por la ciudad regalo de dios, la biblioteca de la Casa del Saber, pasión del conocimiento y las humanidades, escuela de traductores, templo de erudición, la libertad que vuela entre poemas y enraíza en la urbe a cal y canto construida y a la que alcanzan todavía las sombras antiguas de los cedros.