Su pecho suspendió la física gravedad universal, ahorrándose la caída y su queja diaria compartida.
Se ilusiona ahora con nuestra atención disimulada a su don vertical inflexible.
Le apasiona nuestro embeleso en su pecho armado del otro gran tomo paciente. Y se impone con fuste solar al bocado superficial de nuestra aspiradora impertinente.
Distrae su estandarte herido al vaciarle la bandeja, girando su demudado perfil de nuestro cálido regazo familiar ya ocupado con ese otro latido infiel, que viaja en su doble halago horizontal.